Ayer, martes 21 de
mayo, por la madrugada, zarpó
la expedición fluvial más
importante de la década. Con sus tres carabelas, la Santa María,
la Niña y la Pinta,
llevando los colores del reino hispánico,
y sus casi ochocientos tripulantes, el Almirante Cristobal Colón
acaba de emprender un viaje de varios meses por el océano Atlántico,
donde espera encontrar un nuevo camino a las Indias. Mientras la
ceremonia oficial de partida se desarrollaba en la Plaza Mayor, en
presencia de las autoridades representantes del Rey y de Luis de
Santángel, amigo de Colón
y padrino de su aventura, en el muelle se reunió
una masa humana compuesta por los marineros y sus familias, los
trabajadores cargando el barco de productos alimenticios frescos, y
los curiosos viendo el espectáculo.
Madres llorando a sus hijos, esposas abrazando por última
vez quizás a sus maridos,
padres despidiendo a sus bebés... cargaron el aire marino de una
tensión emocional
extraordinaria, duplicada por las esperanzas económicas
que promete esta aventura. Si se cumple el sueño
de Colón, España,
además de poder cumplir
con sus objetivos de evangelización
de las poblaciones bárbaras
de tierras lejanas, será
la dueña de una vía
marítima exclusiva a las
riquezas del Oriente.
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